A las mujeres nos encanta lucir guapas, y a nadie le es extraño, al llegar la época de liquidaciones en las tiendas de moda, ver a todo tipo de señoritas amontonadas por conseguir las mejores ofertas y las prendas más femeninas al mejor precio.
Parece que es parte de nuestra naturaleza, esmerarnos por lucir lo más lindas que se pueda. Aunque para algunas mujeres (en el ámbito secular y aun en la Iglesia) eso se ha convertido en una obsesión. Déjame decirte que lo fue para mi también en alguna época de mi vida, sobre todo antes que Jesús, por su gracia, me salvara. No podía imaginar mi vida sin vestir bien, sin conseguir las ultimas tendencias y estar al tanto de lo que usan los estereotipos de glamour, que hoy en día exaltan los medios de comunicación. Era esclava de las tendencias. Pero lo triste es que eso se ve también en las mujeres de nuestras iglesias, que ya parecen más bien una pasarela de moda, mujeres que profesan amar a Jesús vestidas con minifaldas, ropa sumamente entallada, escotes, sin una pizca de pudor, modestia y mucho menos elegancia. Valdría la pena que nos preguntaramos. ¿Cómo quiere Dios que nos vistamos?





